Mt.
25, 31-46: Venid benditos de mi Padre.
Cuando el Hijo del Hombre llegue con
majestad, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria
y ante él comparecerán todas las
naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las
cabras.
Colocará a las ovejas a su derecha y a
las cabras a su izquierda.
Entonces el rey dirá a los de la
derecha: Venid, benditos de mi Padre, a heredar el reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo.
Porque tuve hambre y me disteis de
comer, tuve sed y me disteis de beber, era inmigrante y me acogisteis,
estaba desnudo y me vestisteis, estaba
enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y vinisteis a verme.
Comentario
al NT EUNSA
Las tres parábolas precedentes
(24,42-51; 25,1-13; 25,14-30) se terminan con otra parábola que anuncia el juicio
del Señor. Jesús presenta ese Juicio Final con toda su grandiosidad: «Entonces,
se pondrán a la luz la conducta de cada uno y el secreto de los corazones.
Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la
gracia ofrecida por Dios. La actitud con respecto al prójimo revelará la
acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino» (CCE 678).
La parábola revela también las
dimensiones del amor de Dios en la vida terrena. «Acá solas estas dos que nos
pide el Señor; amor de Su Majestad y del prójimo; es en lo que hemos de
trabajar. Guardándolas con perfección, hacemos su voluntad (...). La más cierta
señal que -a mi parecer- hay de si guardamos estas dos cosas, es guardando bien
la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber (aunque hay
indicios grandes para entender que le amamos), mas el amor del prójimo, sí. Y
estad ciertas que mientras más en éste os viereis aprovechadas, más lo estáis
en el amor de Dios; porque es tan grande el que Su Majestad nos tiene, que en pago
del que tenemos a el prójimo, hará que crezca el que tenemos a Su Majestad por
mil maneras; en esto yo no puedo dudar» (S. Teresa de Jesús, 5M. ,3,7-8).
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