Celebra hoy el Carmen al santo carmelita polaco
Rafael Kalinowski. Había nacido en Vilna el año 1835 y seguido la carrera
militar en el ejército ruso. Pero a causa de su participación en el movimiento
de liberación de Polonia fue condenado a muerte, aunque se le condonó por diez
años de trabajos forzados en Siberia. Vuelto del destierro, se hace carmelita
descalzo en Austria y trabaja por extender la Orden en su patria Polonia.
Singularmente devoto de la Santísima Virgen, gozaba pensando en la gracia de
haber entrado en una Orden consagrada a María. Se distinguió por su vida
austera y por su dedicación a la dirección de almas. Muchas personas acudían a
él desde lejos pidiendo su dirección y consejo. Murió en Wadovice el 15 de
noviembre de 1907.
De las Exhortaciones
de san Rafael, presbítero
(C.
Gil, Ojciec Rafael Kalinowski, pp. 109‑110)
Sed santos
Nada se recomienda
tan encarecidamente en la Sagrada Escritura como la vida perfecta y santa y el
cabal y esmerado cumplimiento de los deberes propios de cada uno. Dios, nuestro
Señor, en el Antiguo Testamento, mandó pedagógicamente a su pueblo: Sed
santos, porque yo soy santo.
Nuestro Señor
Jesucristo, que nos fue dado por el Padre eterno como formador, maestro y guía,
ratificó de manera categórica esa consigna del Antiguo Testamento, cuando nos
propuso la imitación de la santidad misma del Padre: Por tanto, sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.
Ahora bien, ¿qué se
requiere para llegar uno a ser santo y perfecto? A esto responden los doctores
de la Iglesia, guías de almas y maestros del espíritu: «Si quieres hacerte
perfecto y santo, cumple tus deberes con fidelidad». Cierto día, un padre del
antiguo yermo a un joven que le preguntaba por los libros de obligada lectura
para el camino de la santidad, le contestó: «Por lo que a mí respecta, solo
conozco dos libros: el Evangelio, que leo por la mañana, y la Regla, que leo
por la tarde. El primero me enseña el modo de proceder para convertirme en
discípulo de nuestro Señor Jesucristo; el segundo, el comportamiento para ser
buen religioso. Esto me basta».
Apliquémonos, pues,
a la lectura de las leyes de Dios, con el fin de ajustar a ellas nuestra
conducta. Cuando camines, te guiarán; cuando descanses, te guardarán; cuando
despiertes, te hablarán. A todo lo largo de nuestro recorrido, esas leyes
nos acompañarán orientando nuestros pasos. Que ellas estén a nuestro lado
durante el sueño, y nos ocupen la mente al despertar. Así su voz,
reconfortante, resonará invitando a levantarnos. Con ellas triunfaremos de
nuestras indecisiones y nos sacudiremos las resistencias y la morosidad de la
naturaleza siempre enemiga del esfuerzo, opuesta al sacrificio y esclava del
regalo.
La «ley
de vida» nos ayudará a superar el miedo frente a los peligros y a seguir el
camino de la obediencia con alegre disponibilidad. Que esa ley nos asista
siempre con su consejo, para que podamos dar a Dios una respuesta leal con
magnanimidad y decisión.
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