Mat
5:1-11
Al ver a la multitud, subió al monte.
Se sentó y se le acercaron los discípulos.
Tomó la palabra y los instruyó en
estos términos:
Dichosos los pobres de corazón, porque
el reinado de Dios les pertenece.
Dichosos los afligidos, porque serán
consolados.
Dichosos los desposeídos, porque
heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed
de justicia, porque serán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque
serán tratados con misericordia.
Dichosos los limpios de corazón,
porque verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz,
porque se llamarán hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa del
bien, porque el reinado de Dios les pertenece.
Dichosos vosotros cuando os injurien,
os persigan y os calumnien de todo por mi causa.
Estad alegres y contentos pues vuestra
paga en el cielo es abundante. De igual modo persiguieron a los profetas que os
precedieron.
Comentario al NT EUNSA
Las
bienaventuranzas forman el pórtico del Discurso de la Montaña. En ellas Jesús
recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abrahán; pero les da una
orientación nueva ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al
Reino de los Cielos. «Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y
describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria
de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes
características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la
esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las
recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de
todos los santos»
Lectura Teresiana
Por amor de
nuestro Señor les pido se acuerden cuán presto se acaba todo y la merced que
nos ha hecho nuestro Señor a traernos a esta Orden, y la gran pena que tendrá
quien comenzare alguna relajación. Sino que pongan siempre los ojos en la casta
de donde venimos, de aquellos santos Profetas. ¡Qué de santos tenemos en el
cielo que trajeron este hábito! Tomemos una santa presunción, con el favor de
Dios, de ser nosotros como ellos. Poco durará la batalla, hermanas mías, y el
fin es eterno. Dejemos estas cosas que en sí no son, si no es las que nos
allegan a este fin que no tiene fin, para más amarle y servirle, pues ha de
vivir para siempre jamás, amén, amén. A
Dios sean dadas gracias. F 29, 33
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